La claustrofobia pertenece al grupo de las fobias específicas del tipo situacional, siendo una de las más comunes; y como su nombre indica, consiste en el pánico irracional a estar enclaustrado, o dicho de otro modo, encerrado en un espacio reducido. El miedo puede aumentar cuando el lugar no está bien iluminado, y el individuo va a sentir temor inclusive cuando dicho sitio no represente amenaza alguna.
De acuerdo con la American Psychiatric Association, las fobias específicas se caracterizan por la presencia de temores intensos, persistentes, excesivos e irracionales, desencadenados por situaciones concretas, entre ellas: alturas, oscuridad, claustro o sangre. Y, como consecuencia de la exposición a la provocación fóbica, surge una inmediata respuesta de ansiedad que puede desembocar en un ataque de pánico.
También califica dentro del grupo de los trastornos de la ansiedad donde el afectado cree que no podrá salir de un lugar reducido, por tanto, mantiene conductas de evitación frente a estas situaciones. Los escenarios más comunes son: ascensores, autobuses, aviones, habitaciones, sótanos, túneles, submarinos o teatros pequeños. Sin embargo, el miedo no nace originalmente por las características del espacio, sino por los pensamientos irracionales que comienzan a formarse en base a las posibles afecciones que puede sufrir la persona en esos ambientes; es allí cuando empiezan sensaciones como: la inamovilidad, asfixia o ataque de nervios.
Los claustrofóbicos también sufren de ansiedad cuando se enfrentan a situaciones que implican restricción, por ejemplo: pasar a través de unas puertas giratorias, aplicarse un examen de resonancia, usar casco para deportes o sumergir la cabeza debajo del agua. Así como cuando se encuentran en lugares con muchas personas, por ejemplo: conciertos o marchas. Esto dependerá del nivel de la fobia.
La claustrofobia suele aparecer a partir de los 20 años de edad, a diferencia de otras fobias que tienden a manifestarse desde la infancia, aunque hay casos mucho más tempranos. Se estima que casi una décima parte de la población mundial sufre este trastorno, y que además, es más común en mujeres que en hombres.
Existen tres niveles: leve, controlable o intenso. Y, aunque este trastorno desate una amplia gama de reacciones que sirven de indicadores, la claustrofobia presenta tres componentes fundamentales:
1) El miedo a la restricción: La persona se siente atrapada y sin salida. Sabemos que la mayoría de los espacios cerrados dan la sensación de aprisionamiento, pero, mientras que algunos claustrofóbicos sienten miedo de estar en todos los lugares reducidos, otros solo temen un lugar en concreto, ejemplo: un ascensor.
2) El miedo a los movimientos limitados: Un gran grupo de claustrofóbicos sienten temor únicamente cuando sus movimientos se ven delimitados. Este síntoma incluso puede presentarse cuando la persona se encuentra en un lugar amplio pero abarrotado de personas. Por ejemplo: conciertos y festivales al aire libre.
3) El miedo a la asfixia: el individuo teme quedarse sin aire dadas las condiciones limitadas del espacio. Esta sensación le sumerge en un estado de ansiedad y estrés que podría desembocar en un ataque de pánico.
Otros indicadores:
Profesionales en el área todavía discuten sobre la precisión de las causas, por lo que algunos tratamientos todavía no presentan avances tan significativos. Un grupo de médicos le atribuye la razón a una amígdala reducida, órgano que forma parte del cerebro y que es el responsable de la respuesta al miedo, mientras que otros sugirieron que esta fobia era el resultado de diversos conflictos psicológicos.
Propia: Aunque este tipo de fobia no surge necesariamente por una experiencia traumática personal, resulta que un porcentaje considerable de afectados son claustrofóbicos a causa de esto. Haber vivido sucesos angustiantes como: un ataque de pánico en un sitio del que no se pudo salir rápidamente durante alguna emergencia, o asfixia a la salida de un festival de música donde la multitud arrolló al individuo, pueden haber sido detonantes de este trastorno.
Consciente o inconscientemente, desde aquel momento, el afectado relaciona los espacios similares a esa experiencia y se presentan las conductas de aversión o evitación por miedo a vivir la misma agonía. La ansiedad se presenta con tan solo recordar esa situación.
Ajena: Sin embargo, la experiencia no debe ser necesariamente propia. El individuo puede ser claustrofóbico a partir de la experiencia de terceros, situaciones que observó y le produjeron angustia, estrés, o inclusive, síntomas fisiológicos como mareos y desmayos. Algunas situaciones observadas en medios como la TV y a través de películas, suelen provocar una claustrofobia momentánea o temporal, pero en otras personalidades son las causantes de una claustrofobia real que con el tiempo requerirá tratamiento. Por ejemplo, hubo personas que después de ver la película Tiburón fueron incapaces de bañarse en el mar, es decir fue un film que provoco numerosos casos de selacofobia (miedo a los tiburones, otros seres del mar o al océano o mar que es el medio en el que viven). En el caso de la claustrofobia existen diversas películas que no deben ser visualizadas si somos claustrofóbicos o nos afectan bastante los eventos traumáticos que suceden durante la producción. Algunas de las películas más claustrofóbicas son:
#2 Por la distorsión del espacio personal
Cada individuo delimita sus distancias interpersonales, es decir, el espacio que le rodea y le permite interactuar con otras personas. Es allí donde comienza a diferenciar sus áreas, ubicando: la zona inmediata (la más íntima, donde tienen acceso personas de suma confianza como: parejas, familiares o amigos), la personal (usada con compañeros y conocidos), la social (desconocidos, por ejemplo: clientes) y pública (en escenarios eminentemente sociales, por ejemplo: un meeting o discurso). Sin embargo, cuanto más reducida sea nuestra zona inmediata y social, mayores posibilidades tenemos de experimentar síntomas vinculados con la claustrofobia. Esto sucede porque no todas las personas percibimos el espacio de la misma forma.
Una persona con elevados niveles de claustrofobia tiene un sentido distorsionado de su distancia interpersonal porque la exagera. Dicho evento generará miedo, y una vez que esta sensación se instale en nuestra mente, la percepción del espacio se irá distorsionando cada vez más.
Aunque la evitación no es exactamente una causa, sí es una conducta que refuerza el miedo. Cuando el individuo se encuentra cara a cara con esos escenarios que le producen temor y evita permanecer en ese lugar, está alimentando el pánico y la desfigurada idea de que no puede estar allí porque cree que va a sufrir una terrible consecuencia.
Por consiguiente, se retira con la certeza de que ese lugar es aterrador, y que jamás puede permitirse estar tan expuesto/a. La evitación es el auto-retrato de nuestra propia debilidad y cobardía. A medida que estas situaciones se presentan, el individuo comenzará a idear planes y hará todo lo posible para evitar estar nuevamente en esa posición. Lo recomendable es hacerle frente al miedo e intentar superarlo sin dejar que le domine.
Mejor llamado condicionamiento clásico, concepto de la psicología basado en el conductismo que explica que la persona aprende por asociación, en este caso, relacionando los espacios cerrados con las consecuencias negativas. Una de sus características fundamentales es que este tipo de aprendizaje implica respuestas involuntarias, automáticas o de reflejo.
Se le denomina condicionamiento clásico porque existe una conexión entre un estímulo nuevo y un reflejo ya existente.
El tratamiento psicológico básicamente lleva al paciente tanto a enfrentar su miedo para vencer la patología, como a aprender técnicas que le permitirán permanecer tranquilo frente al detonante. De igual modo, combatir el problema desde la psique, es mucho más efectivo que hacerlo mediante un fármaco. También es válido ingerir tranquilizantes en los casos programados o predecibles, como un vuelo en avión o algún concierto, entendiendo al mismo tiempo que esto no conlleva a la cura, sino que representa un recurso que ayudará a disminuir los síntomas.
Las estadísticas confirman que los individuos que padecen fobias específicas son más renuentes a buscar ayuda, y esta resistencia se debe a múltiples factores: por un lado, puede que el fóbico piense que su problema no tiene cura, y además, desconozca que existen terapias muy eficaces, por otra parte, puede que el individuo conozca que existen esas terapias, pero al saber que tiene que exponerse a su claustrofobia, evita acudir a ellas. Asimismo, hay otras personas que deciden buscar ayuda sólo cuando su problema interfiere notablemente en su vida familiar, social y laboral. Pero también, frente a este panorama, muchas personas se han resignado y han decidido vivir con su miedo a los espacios cerrados.
Es una técnica de la modificación de la conducta que proporciona resultados inmediatos, sin embargo, también es la menos recomendable cuando la claustrofobia alcanza niveles elevados y genera significativas respuestas fisiológicas en el paciente, debido a que su procedimiento puede generar angustia crónica, y de este modo, reforzar el problema.
En esta terapia, el especialista debe recrear un escenario que impida el libre movimiento, y pedirle al individuo que enfrente su miedo. Aquí, tiene lugar lo que en psicología se conoce como el proceso de extinción: verificar que las anticipaciones negativas e injustificadas frente al detonante no se produzcan.
Para evitar que este proceso resulte traumático, el psicólogo debe entrenar previamente al paciente y proporcionarle técnicas de relajación, de modo que pueda controlar los niveles de ansiedad una vez que se enfrente al miedo.
Esta terapia se apoya en la premisa de que la ansiedad no es una sensación que pueda prolongarse de forma indefinida en el individuo. Los expertos aseguran que una vez que el paciente se enfrente al estímulo que produce la claustrofobia, la ansiedad aumentará, pero con el paso de los minutos la misma irá disminuyendo, y así la mente comprenderá que no hay nada que temer.
Es una técnica basada en la teoría del aprendizaje social y también se le conoce como aprendizaje observacional. Aquí, el psicólogo deberá exponerse al hecho, escenario o situación que produce la claustrofobia, con el objetivo de que el paciente, mediante la observación, verifique que no se producen consecuencias negativas. Debe hacerse en varias sesiones y cada vez el paciente debe estar más cerca del terapeuta, de modo que al final, sea el individuo el que se exponga al estímulo aversivo.
Está dividido en cuatro etapas:
Es una técnica basada en el condicionamiento clásico y fue desarrollada por Joseph Wolpe. Con este tratamiento, el paciente claustrofóbico debe aprender a manejar una respuesta lógica y tranquila frente a la situación fóbica. Trabaja en base al siguiente principio: la intensidad de la ansiedad puede disminuir con la relajación.
Psicólogos y psicoterapeutas coinciden en que esta terapia es una de las más efectivas, ya que el paciente aprende técnicas de concentración, respiración y relajación muscular, para luego llevarlas a la práctica. Primero se aplican de forma imaginaria, así el individuo sabrá cómo controlar sus reacciones cognitivas y emocionales. Consta de tres etapas: entrenamiento de la relajación progresiva de la musculatura, jerarquización de los miedos y la desensibilización basada en la repetición del estímulo fóbico de forma gradual.
No es igual que la desensibilización sistemática porque mientras la exposición imaginada consiste en hacer que el individuo imagine una confrontación con el estímulo que produce el miedo a los sitios cerrados, la desensibilización sistemática dedica varias sesiones previas de relajación. En la actualidad, la exposición imaginaria omite el componente de la relajación y va directo a la confrontación.
Mediante este tratamiento, el paciente deberá enfrentarse a las situaciones que le producen claustrofobia generadas por un ordenador. Por un lado está la realidad virtual, y por otro, la exposición indirecta asistida por un ordenador. En la realidad virtual, el paciente entra en contacto con la representación virtual de su miedo, para ello, se coloca auriculares y un dispositivo que permite el seguimiento con la cabeza. Sin embargo, la exposición indirecta asistida con ordenador coloca al individuo a interactuar con un ordenador que guía a un personaje virtual que se enfrenta con el escenario fóbico, digamos que no tiene tantos avances tecnológicos como la RV.
Las ventajas del tratamiento a través de estos medios tecnológicos como entornos de Realidad Virtual, Realidad Aumentada, videos, sonidos y aplicaciones 3D son evidentes debido a que podemos exponer progresivamente al paciente al estímulo tantas veces como necesitemos y de forma totalmente eficaz e inversiva.
En comparación con la terapia tradicional donde se tiene que proponer de forma imaginaria la situación que produce la aversión. Este sistema en combinación el biofeedback (mediante sistemas electrónicos se evalúa visual, auditiva, analógica y digital los el estado fisiológico) no proporcionan datos evaluables para el tratamiento y mejora del paciente.
Este tratamiento tiene como objetivo enseñarles a las personas claustrofóbicas a tensar y relajar sus músculos con la intención de que logren relajarse ellos mismos, de forma inmediata, en cualquier lugar. Tomaremos como referencia la relajación muscular desarrollada por el Doctor Jacobson:
Primero debes prepararte, elegir un momento en el que no tengas mucho sueño, vestir prendas ligeras para que no te sientas restringido, quitarte los zapatos para sentir mayor libertad, encontrar un lugar tranquilo donde nadie te interrumpa ni hayan distractores y adoptar una posición cómoda para finalmente respirar cinco veces de forma lenta y profunda. Te sugerimos escoger un lugar abierto y/o lo suficientemente amplio como para evitar ataques de estrés o ansiedad relacionados con la claustrofobia. El objetivo es relajarse, no enfrentarse a la situación aversiva.
Luego tienes que dominar la técnica básica, inhala mientras ejerces tensión en tus músculos y relaja conforme exhales, hazlo zona por zona, el secreto está en hacer tensión en tus músculos fuertemente y concentrarte en ellos una vez que estén relajados. Así lo vas a hacer con cada grupo muscular, dejando un margen de 10 segundos para descansar. Puedes complementar esto con la visualización, imagina lugares abiertos y muy amplios que te proporcionen tranquilidad. Bajo ningún concepto permitas que tu mente sugiera escenarios que alimenten la claustrofobia. Repite esto hasta haber relajado todo tu cuerpo.
Te recomendamos hacerlo desde los dedos de los pies hasta el cuero cabelludo. Primero dobla los dedos hacia abajo y tensa las plantas de tus pies, concéntrate en el proceso y tómate un descanso de 10 segundos para continuar con las piernas (pantorrillas, muslos y nalgas), sigues con el torso y el estómago para continuar con el pecho y la espalda, hasta llegar al cuello, los hombros, los brazos y el rostro. Progresivamente, estos ejercicios serán de utilidad para la terapia de exposición, puesto que cuando un individuo se encuentra frente al evento que activa la claustrofobia, sus músculos se tensan, sin embargo, una vez conscientes de esto, el proceso de relajación será mucho más rápido y el claustrofóbico logrará reducir los niveles de ansiedad en cuestión de minutos.
Respirar es un acto involuntario, natural y básico para nuestro organismo; no podemos prescindir de ella para poder vivir. Y aunque se trate de una acción automática, y muchas veces inconsciente, tiene la particularidad que podemos intervenir de forma directa por voluntad propia para lograr la relajación cuando experimentemos los síntomas de la claustrofobia. La técnica que sugerimos es la respiración diafragmática lenta, y se puede realizar de la siguiente manera:
Inhala: el claustrofóbico debe tomar aire contando cinco segundos y almacenarlo en el diafragma. Para estar seguro que lo está haciendo correctamente, el individuo debe colocar una mano en el estómago y otra en el pecho. Básicamente, su barriga debe inflarse y su pecho no debe moverse.
Retén: el claustrofóbico debe conservar el aire en la misma posición y contar hasta tres.
Exhala: por último, debe soltar el aire contando cinco segundos. La persona claustrofóbica debe hacerlo lentamente. Su barriga debe desinflarse y su pecho no debe moverse, tiene que mantener sus manos en ambos lugares para verificar que lo hace adecuadamente.
Para practicar esta técnica de respiración, el individuo debe colocarse en una posición cómoda, en un ambiente desprovisto de posibles distractores y lo suficientemente amplio para que los síntomas de la claustrofobia no se activen. No debe tomar más aire de la cuenta y tiene que respirar por la nariz, de tener algún problema que te lo impida, entonces hazlo por la boca. Lo ideal es que practiques al menos dos veces por día en sesiones de 15 minutos.
El objetivo es enseñarles a los pacientes a identificar y mejorar sus respuestas, frente a la amenaza que intuyen de estar oprimidos, gracias al manejo de los pensamientos y las percepciones; y para ello, es indispensable analizar la situación para posteriormente explicarle al individuo las consecuencias de su conducta. Después de ejecutar el primer estudio, la tarea será modificar los pensamientos negativos para que el paciente aprenda formas más positivas de pensar. En esta terapia se incluye la reestructuración cognitiva.
Vale finalizar explicando que, aunque las técnicas y terapias mencionadas sean sumamente eficaces, los resultados estarán condicionados por múltiples factores, entre ellos: la gravedad de la claustrofobia, el número de sesiones realizadas y el nivel de implicación del profesional con el caso.